domingo, 6 de mayo de 2012

EL ABRAZO AL ÁNGEL SUFRIENTE


Todavía se cimbrean mis entrañas al evocarlo. Lunes  tres de Marzo, las siete y media de la mañana. En mi regazo acojo como puedo el cuerpo de un niño roto por el dolor. Se llama Jesús, tiene nueve años y es uno de mis alumnos. Acabo de comunicarle que la enfermedad de su padre ya se ha terminado.
-¿Ya está en mi casa?, me pregunta con sus ojos de hondo mar.
-No, Jesús. ¿Recuerdas lo que hablamos en clase de lo que sucede cuando se encienden todas las lucecitas del alma?. Tu padre es ya un ser de luz, ya está viviendo de otra manera.
El niño comprende y echa su rostro sobre mi hombro. Comienzo a sentir cómo la humedad del sufrimiento empapa mi camisa y ahoga mis entrañas. Acaricio su pelo de trigo dorado y dejo deslizar por su espalda toda la ternura que brota de mis dedos. Luego unos minutos de silencio, de comunión en el abrazo.

Hay quien dice que tengo cierto don de palabra. Pero no, ahora no las encuentro. Toda una eternidad ante el teclado del ordenador y en la pantalla no veo sino los surcos profundos de un sufrimiento que se lleva hacia abajo, hacia lo hondo.

Es tal la corriente de sentir que aún me embarga que la palabra se torna silenciosa y discreta. Se reconoce insuficiente y pobre.

No tengo ningún concepto que elaborar, ninguna idea que comunicar: sólo un foco de amor inmenso en el centro mismo donde el llanto del sinsentido comienza a brotar.
No sé qué alcance, qué efecto tienen en él mis palabras, mis caricias, pero si percibo cómo me alcanza y me trastoca por entero este cuerpo de ángel humano desplomado sobre mí por el peso de su tristeza. Y siento que juntos, él y yo, con su padre mirándonos "desde la otra orilla", comenzamos a elevarnos como si la mano de Dios nos levantase en un remolino de impresionante ternura.

                                                       JOSÉ MARÍA TORO.
                                     Del libro: "La Vida Maestra (2ª edición)" (Editorial Desclée)


JOSÉ MARÍA TORO. Maestro. Escritor. Formador y conferenciante.
Autor, entre otros, de:
"Educar con Co-razón" (19ª ed.) http://bit.ly/2E9xt87
"La Sabiduría de Vivir" (4ª ed.)  http://bit.ly/2nRusOR
"Descanser. Descansar para Ser" (3ª ed.) http://bit.ly/2scCib8
"La Vida Maestra" (2ª ed.) http://bit.ly/2gY46JQ
"Mi alegría sobre el puente.Mirando la vida con los ojos del corazón" (2015) http://bit.ly/2GZKaAi
"El pulso del cotidiano. Ser-Hacer-Vivir-Realizarse" (2017)
publicados por la Editorial Desclée de Brouwer.

Ed. Walters Kluwer.

3 comentarios:

  1. Me ha emocionado el recuerdo de vivencias y situaciones similares, durante mi recorrido docente.
    Forma parte del aula y su entrega vocacional, esta capacidad que tan bien describes, para intentar aliviar esos golpes de la vida, tan difíciles de asimilar siempre, pero sobre todo en la niñez.
    Buscaré el libro que señalas.
    Un abrazo.

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  2. Hay otra cosa todavía más dolorosa que ésta que sí viví de jovencito y es la contraria que un padre padezca la muerte de uno de sus hij@s y más si es un niñ@. Por eso cuando veo padres cuidando en los hospitales a hijos con cáncer -leucemia generalmente- se me ponen los vellos como escarpias y no puedo evitar que se me escapen las lágrimas.

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  3. Soy docente de inicial..y me paso hace unos años..igual situacion..pero cn mis nietas..dsp de 5 años cada dia ..y mas aun en acontecimientos importantes ..esta alli la pregunta..la ausencia..el dolor..a medida q crecen ahora tienen 9 y 6 años..sigue mi dolor al ver los suyos..al notar cda dia mas profunda su ausencia de su papa..al ver luchar x ellas a su joven Madre..es algo q aun no se supera..

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