“Para hacer bien una cosa,
amigo mío, hay que amarla”.
Percibo
en el ambiente una cierta nostalgia reivindicativa del esfuerzo. Muchos
voceros lo reclaman como el gran valor a recuperar, otros lo añoran como la
cualidad perdida. Los jóvenes de hoy parecen encarnar una juventud que no se
esfuerza y cuyo prototipo por excelencia es el joven recostado en el sofá
durante buena parte del día, en una situación en la que no se sabe muy bien
dónde acaba su cabeza y dónde comienza el cojín o almohada.
A
veces me pregunto si el esfuerzo es, ciertamente, un valor, una cualidad a
fomentar, un rasgo a pulir o una actitud a desarrollar.
Lo cierto
es que la naturaleza opera con el principio del “mínimo esfuerzo” o “economía
del esfuerzo”. El viento puede
soplar con gran fuerza, pero lo hace sin esfuerzo; la lluvia puede llegar a
caer impetuosamente, pero siempre lo hace “por su propio peso”, sin empujar.
Si el
esfuerzo, en sí mismo, fuese un valor, sería deseable realizarlo todo esforzadamente,
con mayor crispación y tensión, con el mayor desgaste.
La
verdad es que la belleza surge cuando los movimientos se realizan de manera
grácil, fluida, casi sin esfuerzo. Una danza ejecutada de manera esforzada
pierde su encanto, un intérprete que pelea con su instrumento y tiene que
esforzarse en hacerlo sonar no seduce al público. Un actor que sobreactúa, que
no es espontáneo ni natural, que tiene que esforzarse en parecer lo que
representa, no convence ni atrapa al espectador.
En la
pedagogía, como en la vida en general,
tendríamos que ser, tal vez, algo más naturales, y no exaltar ni
enaltecer los sobreesfuerzos sino alentar la dedicación, la paciencia, la
perseverancia, la voluntad , la autodisciplina, el autodominio y una entrega
sin reservas.
No
promuevo en mi pedagogía el “esfuerzo” ,
pero sí la “fuerza de una dedicación amorosa en el trabajo que se
realice”.
El reto está en saber generar
en nuestro corazón una cierta “fuerza” o “voluntad” de hacer, alimentar
nuestras acciones y quehaceres con las ganas extraídas del pozo de las propias
motivaciones internas.
Una
especie de “fuerza sin esfuerzo”.
Amar
lo que hacemos y que lo que hacemos sea fruto de nuestro amor. La actividad
como latido de un corazón enamorado de aquello que hace y a lo que se entrega
“en cuerpo y alma”, un trabajo que puede llegar a sostenerse no en “esfuerzos”
sino en “pasiones”.
El
esfuerzo convoca al músculo, la entrega es una invocación del corazón.
Del libro: LA SABIDURÍA DE VIVIR (4ª edición). Editorial Desclée.
ENTRADA RELACIONADA:
Vídeo sobre el texto a cargo de Yolanda Iborra.
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JOSÉ MARÍA TORO. Maestro. Escritor. Formador y conferenciante.
Autor, entre otros, de:
"Educar con Co-razón" (20ª ed.) http://bit.ly/2E9xt87
"La Sabiduría de Vivir" (4ª ed.) http://bit.ly/2nRusOR
"Descanser. Descansar para Ser" (3ª ed.) http://bit.ly/2scCib8
"La Vida Maestra" (2ª ed.) http://bit.ly/2gY46JQ
"Mi alegría sobre el puente.Mirando la vida con los ojos del corazón" (2015) http://bit.ly/2GZKaAi
"El pulso del cotidiano. Ser-Hacer-Vivir-Realizarse" (2017)
publicados por la Editorial Desclée de Brouwer.Ed. Walters Kluwer.
Coautor de: OTRA PEDAGOGÍA EN MOVIMIENTO. "Dialogando con la experiencia en la formación inicial". Universidad de Almería 2018
Coautor de: Hacia una teología de la interioridad. PPC 2019
Coautor de: OTRA PEDAGOGÍA EN MOVIMIENTO. "Dialogando con la experiencia en la formación inicial". Universidad de Almería 2018
Coautor de: Hacia una teología de la interioridad. PPC 2019
Bella reflexión, gracias maestro!
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