Algunas
de las imágenes más llamativas durante la celebración del último Mundial de
Fútbol no han ocurrido en los campos de juego sino en los espacios donde se congregaban
miles y miles de aficionados de las diferentes selecciones nacionales. Y una de
ellas era la explosión desbordada de júbilo que expresaban los aficionados de
cualquier país cuando su equipo conseguía algún gol.
Este
evento deportivo, como otros muchos, pone de manifiesto la alegría infinita que
siempre nos aguarda dentro de nosotros y que, desgraciadamente, no vivimos de
manera deliberada, consciente y libre, en nuestro cotidiano vivir.
Cuando
contemplaba las inmensas muchedumbres brincando contentas tras el gol de su
equipo tomaba conciencia de la inmensa alegría que había en todas y cada una de
las personas que saltaba y gritaba celebrando el gol de su equipo.
No temo
equivocarme si sospecho que buena parte de ellas, en su vida cotidiana, viven más en la apatía, la melancolía e incluso la
tristeza o la pena. Pensaba si una
alegría de tal calibre e intensidad no podría dosificarse para verterla sobre
las personas y situaciones que ordinariamente vivimos. Porque una cosa me
quedaba clara: si las personas son capaces de expresar una alegría así es
porque esa alegría ya estaba dentro antes de que se produjese el gol.
El gol no
crea la alegría de los aficionados, simplemente la despierta, la activa y la
moviliza. Por eso un gol puede convertirse en algo tremendamente valioso por lo
que puede revelarnos sobre lo que somos, sobre nuestra verdadera naturaleza y
nuestra identidad esencial y real.
Un
gol me dice que yo soy Alegría, que en mí hay una capacidad de gozo enorme y
que, por tanto, siempre puedo liberarla o expresarla. La alegría no está en el
gol.
De hecho, los aficionados del equipo contrario, no sólo no se alegran sino
que se entristecen, se enfadan e incluso se deprimen.
Si la alegría estuviese
en el gol alcanzaría a todos y no es así, sólo afecta a aquellos que se
identifican con un determinado equipo, con unos colores.
Es cada aficionado el
que le otorga ese poder a un balón, convirtiéndolo en algo mágico, en un
estímulo propicio y legitimado para actualizar, movilizar y expresar parte de esa
alegría que está en nuestra naturaleza, en nuestro ser.
Si yo soy alegría,
siempre puedo vivirla ya que en cualquier momento puedo vivir lo que soy. Pero
hemos aprendido a hacerla depender de determinados estímulos, hechos, personas
o situaciones.
Simplemente le hemos otorgado ese poder.
Mi
padre, aficionado del Betis, decía sabiamente: cuando gana me alegro, pero
cuando pierde me quedo igual.
Cada
cual es libre de emocionarse con lo que quiere, cada uno es libre (o tal vez no
tanto) de prestar su identidad a un equipo de fútbol, a una profesión, a una
ideología o modo de pensar, a unas creencias, a una lengua o a un lugar de
nacimiento.
Ganamos
mucho al perder un mundial si con ello ganamos en conciencia, en libertad
frente a los estímulos externos, sean del tipo que sean; si no dejamos que nada
ni nadie merme nuestra energía, nuestra inteligencia ni nuestra capacidad de
alegría.
Ganamos
mucho al perder un mundial si ello nos hace tomar conciencia de que podemos
ganarnos a nosotros mismos, recuperar la conciencia y vivencia de la Alegría
que somos.
El
gol nos proporciona una alegría tan intensa como fugaz. A veces dura sólo el
tiempo que el equipo contrario nos empata o nos gana.
Pero como estímulo, como
impulsor, como detonante…. tiene un valor impagable: el valor de poder hacerme
consciente en algún momento, de que esa alegría que el gol me provoca y desata
en mí, esa alegría es mía, esa alegría SOY YO. Y a partir de ese momento, de
esa toma de conciencia, decido que voy a vivir el gozo y plenitud que soy
aunque no haya partido, aunque no haya goles e incluso cuando los goles caigan
en la portería de mi propio equipo.
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