Veranear hacia adentro.
El verano es la estación que representa
el mediodía del año; es, por tanto, el apogeo del sol, de la luz y del calor.
Estos elementos hacen que las flores de
la primavera se conviertan en fruto. El verano representa también para los
árboles humanos el tiempo de la maduración, del crecimiento, de la evolución.
El verano, como cada estación, es un
tiempo específico, con un sentido particular, con una energía peculiar.
El verano, según la sabiduría
china, es la estación del corazón, del
fuego, del color rojo. No se trata sólo de exponer nuestra piel al sol para
broncearla sino de avivar ese sol interior que es el corazón.
Exponernos también durante largas horas
de inactividad al sol del corazón inundará nuestros cuerpos de una alegría que
sudará por nuestros poros.
El verano nos invita no sólo a vivir
más al aire libre sino también a hacer más libre y consciente el aire de
nuestra vida de cada día.
El verano es un canto de afirmación a
la vida, la exaltación de los sentidos, la celebración de la abundancia y el
regocijo de la generosidad.
No habrá verano si, al mismo tiempo que
nos trasladamos a la playa o a la montaña no nos adentramos en nuestro paisaje
interior… para conocerlo, habitarlo, embellecerlo y disfrutarlo.
(“La Sabiduría
de Vivir”, págs. 147 y 148)
El
verano es un invitación a “salir fuera”, pero sin
exiliarnos de nuestro adentro:
salir de los paisajes conocidos y desgastados por la rutina y viajar hacia otras tierras y horizontes
para reavivar nuestra mirada y capacidad de
asombro; salir de la monotonía, de la prisa, de los bullicios y orientarnos hacia otro ritmo, hacia actividades y lugares con otras tonalidades, hacia espacios despejados, hacia
movimientos más libres y menos
precipitados.
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