No
nací sabiendo. Y aunque en mi primera célula estuviese contenido todo el
conocimiento, lo estaba como potencial. Es viviendo y aprendiendo como
todo ese potencial de conocimiento va convirtiéndose en actualización, en
encarnación de sabiduría.
Lo
aprendido siempre es, de algún modo, recibido.
Pero
aprender no es repetir lo que otro me ha enseñado, lo que de otro
he recibido sino verificar en la propia experiencia la enseñanza de otro o de
uno mismo.
Aprender
es prestar el propio cuerpo, las propias células, la propia vida como
laboratorios donde las verdades, siempre sucesivas y provisionales, van
emergiendo, manifestándose y desvelándose.
No
sabía, o tal vez simplemente no recordaba, a fin de cuentas es lo mismo, algo
que tú me has comunicado.
Te
lo agradezco
por habérmelo entregado y me felicito a mí mismo por haber estado
abierto y receptivo y haberlo acogido y recibido.
Tú me has enseñado. Gracias.
Yo he aprendido. Me felicito.
Mi
agradecimiento hacia ti y mi felicitación para conmigo trazan el indecible
abrazo del reconocimiento y de la igualdad.
Gracias por lo que aprendiste y has
compartido para que yo también sepa.
Este
agradecimiento me hace mirar lo que me entregas y que ya es mío, también. Pero
si lo que hago es mirarte a ti y olvidar que eso ya lo tengo yo, algo que en
realidad siempre tuve o estuvo llamado a formar parte de mi mismo, entonces caigo
en el error de mitificarte o idolatrarte. Y al admirarte dejo de
mirar lo realmente importante: el reflejo o la huella que deja en mí lo que me
enseñas.
La
idolatria es el error de sacar nuestra divinidad y proyectarla en algo o alguien externo
después de habernos vaciado, olvidado y enajenado de ella.
El
agradecer se degenera y convierte en
"a-grandecer": justamente lo contrario de hacer grande
al otro.
Cuando
agradezco engrandezco al otro porque yo no me menguo en la comparación con él;
crezco con él porque ambos somos alimentados por la misma sabiduría. La
única diferencia es que él tomo primero la cucharada; simplemente comió antes,
pero la comida es la misma.
Siento
que todo el que me enseña en la búsqueda del recuerdo de su propia sabiduría de
alguna manera me está diciendo:
"No me encumbres a un pedestal al que no quiero
subir y en el que no quiero estar. Aunque lo que te pueda enseñar sea muy
valioso para ti, aunque me sientas como tu Maestro, no quiero verte por encima
del hombro, no quiero que me sientas más alto, mejor ni diferente de ti.
Echémonos el brazo, igualemos nuestros hombros y
caminemos juntos".
Ilustración: Ismael Cruz
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