SOLTANDO LOS PESOS Y CARGAS EMOCIONALES DE LOS ALUMNOS.... EN SINTONÍA CON LA ENERGÍA Y LA VIBRACIÓN DEL OTOÑO.
Las mochilas de los alumnos se nos muestran pesadas y sobrecargadas.
Hay, sin embargo, otros pesos, otras cargas más sutiles e invisibles que están pesando en el corazón de los alumnos y de sus familias pero también en los maestros y en las escuelas. Una sobrecarga que nos remite al lastre invisible que puede terminar enraizando en el cuerpo y en el alma, como los baobabs del Principito, en este tiempo de incertidumbre, frustración y miedo.
Si queremos mantener la coherencia en nuestra condición de educadores, en la familia y en la escuela, no hay más remedio que “regularmente a arrancar los baobabs en cuanto se le distingue entre los rosales”.
Para ello te animo a leer reposada y creativamente este apartado 6 que extraígo de la GUÍA EMOCREATIVA que ya compartí en su totalidad y a la que puedes acceder en este enlace:
GUÍA emocreativa para una VUELTA AL COLE DESDE EL CORAZÓN https://bit.ly/2RDk2Sn
“Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs en cuanto se le distingue entre los rosales.” (El Principito, 29)
Nuestro alumnado entrará en el aula con unas “mochilas” bien cargadas porque si para todos estos tiempos recientes han sido, y puede que sigan siendo, duros, ¡qué más para ellos/as!
Por tanto, otra tarea, en este volver al cole, será ayudarles a sacar de su mochila emocional ese pesado lastre, o si se quiere, siguiendo las indicaciones del Principito, arrancar los baobabs para que en su crecimiento sus raíces no destruyan su planeta “desde el interior”.
La misión será ofrecerles el espacio y las condiciones para que puedan reconocer y expresar lo que sienten. Y un primer recurso que podemos aplicar es empezar nosotros a compartir con ellos/as lo que sentimos. Y para ello lo mejor es ejercitar la apertura emocional. Esta conlleva compartir (verbalmente) lo que has sentido desde la autenticidad, es decir, reconocer nuestras emociones consciente y honestamente, y compartirlo sin intencionalidad manipuladora, o lo que es lo mismo, sin que tenga otro objetivo que la propia comunicación de lo que sentimos.
¿Qué emociones sacarán de sus mochilas?
Creo que las tres más sobresalientes, sin descartar ninguna otra, serán la incertidumbre, la frustración y el miedo.
La incertidumbre
Este sentimiento en situaciones de adversidad como la que estamos viviendo supone un verdadero cóctel incendiario que mezcla explosivamente el componente de malestar de la sorpresa, el miedo y la ansiedad.
Un cierto nivel de duda acerca del futuro activa nuestra curiosidad (el componente agradable de la sorpresa), pero, cuando “lo único cierto es lo incierto” (en palabras José Carrión, citado por Rebeca Yanke), la incertidumbre nos atraviesa temporalmente y nuestra existencia se tiñe de interrogación, con lo erosivo emocionalmente que esta situación supone y la inestabilidad que provoca.
Es cierto que nuestra sociedad tecnológica, caracterizada por la aparente verdad, el falso control y el epidérmico bienestar, no está preparada para lo incierto. Probablemente esto haya provocado que nuestros niños/as sean más intolerantes con lo dudoso y les resulte doliente tener que lidiar con la incertidumbre.
Hay que insistir en el hecho de que la crisis que estamos sufriendo ha trastocado la temporalidad y que como señala la periodista citada: "El futuro no es aún post-Covid. [...] Hubo desde el principio mucho interés en el después.
En cómo sería el mundo tras la pandemia y cómo sería el individuo que, tras varios meses en su cueva, sale a un exterior distinto. Pero antes del después está el presente, y ese ya está aquí.”
Por eso la vacuna más eficaz con la que tratar la incertidumbre es la creatividad. Porque la mejor manera de predecir el futuro es imaginarlo y empezar a inventarlo en el hoy. Transformar el “por-venir” en un “por-hacer”.
Imaginemos un triángulo en el que en el vértice superior nos preguntamos respecto al futuro ¿cómo debería ser?, en el otro vértice nos interrogamos sobre ¿cómo me gustaría que fuera?, y en el tercero nos interpelamos sobre ¿cómo podrá ser? En el centro de ese triángulo, donde se crucen las respuestas a esos interrogantes podremos tener alguna aproximación al ¿cómo será?
Para ello, todo lo que suponga ofrecer recursos, actividades, dinámicas con los que trabajar de forma creativa imaginando escenarios, recreando futuros alternativos o proyectando acciones prospectivas, puede resultar interesante para tratar con nuestra incertidumbre.
La frustración
Otra mezcla de componentes emocionales de malestar (ansiedad, tristeza y enfado), en algunos casos vinculada a la anterior (la incertidumbre). Y ante esta, la única manera de afrontarla es tolerándola, o si se quiere, aguantándola. ¿Cómo?
1) Cambiando el criterio a la hora de valorar el hecho frustrante y anticipando las consecuencias en los distintos escenarios. ¿Realmente es tan horrible? ¿No existirían otras situaciones realmente más graves?
¿Qué pasaría en el peor de los casos? ¿Existiría alguna alternativa en el escenario más desfavorable?
2) Aceptando la frustración como algo presente pero transitorio y que pasará. Evitar caer en la trampa de la cultura consumista que nos vende la idea de que todo se puede arreglar reemplazándolo por un sustituto. Como nos enseña la autora de Agilidad emocional, Susan David, “Uno de los logros humanos más grandes es elegir hacer sitito en nuestros corazones tanto para la alegría como para el dolor y sentirnos cómodos estando incómodos”. Aceptación es asumir que en determinados momentos lo que necesitamos hacer es lo más simple: nada y seguir respirando.
3) Poniendo en palabras el aprendizaje emocional. Afrontar nuestra frustración y traducir la experiencia vivida a palabras (mejor escritas o si se quiere en audio) es útil para lidiar con el malestar que nos provoca. Pregúntate, ¿qué aprendizaje puedo extraer de esta situación?
4) Desterrando los pensamientos absolutos. Sepárate de los “nunca”, “siempre”, “debería”, “no puedo”, “no lo aguanto”, ... Y sustitúyelos por los relativos: “alguna vez”, “podría”, “voy a intentarlo”, “puede que ahora no, pero mañana será otro día”.
5) Practicando la tolerancia y dándole sentido productivo. Hay que aprovechar las situaciones frustrantes para ejercitar el músculo de la tolerancia. No se trata de frustrarse intencionalmente, pero tampoco hay que huir de situaciones que nos provoquen frustración. Tengo que hacer cola para entrar en la tienda o el coche de delante va a su ritmo y no puedo adelantar. Aunque tengo prisa aprovecho para reducir mi velocidad vital. Una metáfora de la necesaria indicación de que tengo que lentificarme y hacer pausa.
6) Separándonos de la frustración para crear un espacio entre lo que la produce y nuestra respuesta. Se trata de distanciarnos de nuestra experiencia emocional y darnos tiempo para digerirla, de manera que podamos observar la situación desde fuera de la misma (o si se quiere desde arriba) para poder ver aspectos que quedan en un punto ciego. Los astronautas se refieren al efecto de la visión general, cuando hablan de lo que experimentan al contemplar nuestro planeta desde la inmensidad del espacio.
7) Asumiendo nuestra condición de imperfectos y dándonos permiso para fallar. ¿Qué tienen en común todos los héroes y heroínas mitológicos o de la vida real? Que tienen defectos. No hay nada más sano que ejercitar la compasión con nosotros mismos y aprender a perdonarnos. Claro está, sin autocomplacencia, sabiéndonos perfectibles.
El miedo
Si hay una emoción que ha rebosado por encima de nuestros corazones durante todo este período ha sido el miedo, sobre todo porque entra en su lógica funcional: si hay un peligro y encima no puedo enfrentarme a el, debo prepararme para huir, en nuestro caso, protegernos “quedándonos en casa”.
Por tanto, hasta dónde llega su función adaptativa, el miedo nos ha acompañado para afrontar la experiencia de amenaza que nos provocaba el “bicho”. El problema está en su degeneración cuando por desajuste se torna temor permanente, pánico descontrolado o fobia desadaptativa.
Por ello es tan importante dialogar con nuestros miedos para buscar un punto de encuentro “razonable” entre su función de ayuda y su pretensión de esclavizarnos.
Y me he referido al miedo en plural porque su cara cambia en función de lo que lo provoque:
• El miedo al contagio
• El miedo a la pérdida
• El miedo al sufrimiento
• El miedo a no volver a la normalidad
• El miedo a...
Por eso es básico que antes que nada asumamos la dolorosa tarea de “abrir los ojos” para mirar a las diferentes versiones de nuestros fantasmas.
Nuestro/a niño/a interior, en su inseguridad de crecimiento, tenderá a taparse la cara y a recitar “no está, ya se fue”. Pero el adulto emocional que necesitamos y el que hay que promover en nuestro alumnado, deberá asumir desde la toma conciencia que, aunque doloroso, el primer paso de nuestra valentía es reconocer que sentimos miedo. Porque, además, nuestros temores necesitan de nuestra negación para hacerse fuertes en nuestro corazón.
Y para su afrontamiento hay que concienciarse de que el riesgo cero no existe, ni en el contexto COVID-19 ni en la vida en general, y por tanto no se puede hablar de protección total en ningún escenario en el que nos movamos en el día después. Es por eso, que, tras tomar conciencia, tendremos que buscar la manera de “soltar el miedo” y ayudar a vaciar nuestra mochila docente y la de nuestro alumnado, de la experiencia de inseguridad y peligro para que no nos atrape el temor.
Se trata de aprender a SOLTAR. Solo decir en voz alta la palabra provoca una sensación de alivio. Es como cuando vas al contenedor y tiras la basura
después de haber acumulado algunas bolsas de ella en casa. ¡Da una sensación de alivio! ¿Verdad?
Algunas indicaciones para ayudar a soltar:
1) Primero y muy importante, soltar una emoción, en este caso el miedo, no es descargarla sobre otra persona, es soltarla para que no nos haga daño ni a nosotros ni a los demás. A veces nuestra ira, nuestra culpa, nuestros miedos se los pasamos a las personas que están a nuestro lado, creyendo que con ello estamos descargándonos de esa emoción, pero en realidad sigue en nuestro interior, porque nace de nosotros mismos y, aunque queramos, no podemos desprendernos de ellas hasta que aprendemos a soltarlas.
2) Para soltar de forma adecuada una emoción tenemos que sentir el peso que nos produce, localizándola en la parte de nuestro cuerpo en la que notamos esa emoción. Puede ser en la cabeza, en los hombros, en la espalda, en la barriga....
3) Después, tenemos que aceptar la emoción como nuestra, reconocerla, aunque eso nos duela. Muchas veces, escondemos o negamos nuestros sentimientos para evitar enfrentarnos al dolor que nos produce. Pero lo que conseguimos es seguir cargando con ese peso sin darnos cuenta de que lo llevamos encima ni del daño que nos está haciendo. El valiente no es el que no tiene miedo, sino aquel que, sintiéndolo, lo reconoce y se enfrenta a él para soltarlo y que no le pese. No podemos evitar sentir emociones desagradables o que nos hacen daño; muchas veces nos ocurrirá, es normal. Por eso no vale de nada darle vueltas: debemos centrarnos en las emociones y no en los pensamientos que nos provocan.
4) Una vez que reconocemos la emoción y la aceptamos, podemos descargarnos de ella, nos podemos librar del peso que nos provoca desviando la atención de lo que sentimos y dirigiéndola hacia nuestra respiración. Al mismo tiempo que soltamos el aire vamos soltando la emoción para que vaya al suelo, a la tierra.
5) Soltar sí, pero descargarnos para “hacernos cargo”, como diría José Mª Toro, o lo que es lo mismo para responsabilizarnos de nuestra emoción. La conciencia de nuestro miedo debe desembocar en que lo asumimos responsabilizándonos de su experiencia y de sus consecuencias en nosotros mismos y en los demás.
La responsabilidad emocional es una competencia de profundidad que es previa a la de carácter normativo y la moral, ya que implica, por un lado, asumir el valor de la norma a la hora de comportarse como consecuencia de una experiencia emocional, y asumir las consecuencias de esta, estableciendo conductas de reparación si fuera necesario; y, por otro, supone también una toma de decisión respecto a la misma emoción, es decir: si uno es el que decide qué hacer con la emoción o, por el contrario, es la emoción la que decide por nosotros.
"Educar con Co-razón" (20ª ed.) http://bit.ly/2E9xt87
"Descanser. Descansar para Ser" (3ª ed.) http://bit.ly/2scCib8
"La Vida Maestra" (2ª ed.) http://bit.ly/2gY46JQ
"Mi alegría sobre el puente.Mirando la vida con los ojos del corazón" (2015) http://bit.ly/2GZKaAi
"El pulso del cotidiano. Ser-Hacer-Vivir-Realizarse" (2017) http://bit.ly/2C4Fm8N
publicados por la Editorial Desclée de Brouwer.
Coautor de: MAESTROS DEL CORAZON. Hacia una Pedagogía de la Interioridad.Ed. Walters Kluwer.Página FACEBOOK. "José María Toro Alé" https://www.facebook.com/josemariatoro
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