A veces me gusta jugar con el diccionario. Bien es cierto
que lo hago no sin cierto temor y siempre con mucho respeto. Me impone tener
así, como quien no quiere la cosa, sobre mis manos, "todas las palabras",
que viene a ser algo así como sostener con mis dedos "toda la
realidad". En el diccionario cerrado, que sólo me muestra su grueso lomo
asomándose, como destacando y queriendo salirse de la estantería de mi
biblioteca, duermen, o quizás sueñan, todas las significaciones.
Por eso, para
mí, abrir un diccionario y leerlo tiene algo de "mágico".
Ese carácter "mágico" casi se ha perdido. El
diccionario ha quedado rebajado al simple utilitarismo de buscar el significado
de una palabra desconocida o de resolver alguna duda o incertidumbre semántica.
Así se suele presentar y acoger el diccionario en las escuelas: es el libro
para buscar las palabras, pero no para ahondar en el corazón de ellas; es el
libro del que extraer definiciones, mas no para aprehenderlas. Ninguno de mis
maestros me acercó a esa dimensión más interna, más profunda y más misteriosa
del diccionario. Siempre me hicieron vincular su uso a la rapidez, a la prisa y
a lo superficial.
Cuando alguna realidad o cosa me interesa acudo al diccionario, busco la palabra que la
nombra y me detengo en la definición que le sigue, pero sólo como un primer
paso para acercarme a la hondura de cada palabra. De esta manera llego a
comprobar que las palabras no son simples
etiquetas sino puentes de contacto y
conexión con las realidades a las que aluden. Entonces comienzo a darme
cuenta de la ligereza, superficialidad e incluso inconsciencia con la que suelo
hacer uso del lenguaje y de las palabras. Comprendo, en ese momento, que muchos
de los problemas de comunicación entre las personas son, en el fondo y en la
forma, una cuestión de diccionario: cada
uno le otorga "su" peculiar y particular significado a las palabras.
El diccionario viene a ser como la casa de las palabras,
pero es en el corazón humano donde cobran vida y su pleno sentido y
significado. Estamos llamados a poner
corazón a las palabras, o lo que es lo mismo, definirnos en lo que
expresamos y decimos; a hacer de cuanto verbalizamos una "expresión
consciente" y llena de amor hacia las palabras que decimos y a lo que con
ellas aludimos.
Estamos ante el reto de hacer del diálogo un intercambio de "expresiones
significativas" llenas de sentido, que llenen a quien las diga y
plenifique a quien las escuche.
Un libro para que sea tu corazón el que se asome al mundo a través de la ventana de tus ojos.
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JOSÉ MARÍA TORO. Autor, entre otros, de
y "El pulso del cotidiano" (2017)
publicados por la Editorial Desclée de Brouwer.
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