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miércoles, 13 de junio de 2012

Agradecer a quien nos enseña


No nací sabiendo. Y aunque en mi primera célula estuviese contenido todo el conocimiento, lo estaba como potencial. Es viviendo y aprendiendo como todo ese potencial de conocimiento va convirtiéndose en actualización, en encarnación de sabiduría.
Lo aprendido siempre es, de algún modo, recibido.
Pero aprender no es repetir lo que otro me ha enseñado, lo que de otro he recibido sino verificar en la propia experiencia la enseñanza de otro o de uno mismo.
Aprender es prestar el propio cuerpo, las propias células, la propia vida como laboratorios donde las verdades, siempre sucesivas y provisionales, van emergiendo, manifestándose y desvelándose.
No sabía, o tal vez simplemente no recordaba, a fin de cuentas es lo mismo, algo que tú me has comunicado.
Te lo agradezco por habérmelo entregado y me felicito a mí mismo por haber estado abierto y receptivo y haberlo acogido y recibido.
Tú me has enseñado. Gracias.
Yo he aprendido. Me felicito.
Mi agradecimiento hacia ti y mi felicitación para conmigo trazan el indecible abrazo del reconocimiento y de la igualdad.
Gracias por lo que aprendiste y has compartido para que yo también sepa.
Este agradecimiento me hace mirar lo que me entregas y que ya es mío, también. Pero si lo que hago es mirarte a ti y olvidar que eso ya lo tengo yo, algo que en realidad siempre tuve o estuvo llamado a formar parte de mi mismo, entonces caigo en el error de  mitificarte o idolatrarte. Y al admirarte dejo de mirar lo realmente importante: el reflejo o la huella que deja en mí lo que me enseñas.
La idolatria es el error de sacar nuestra divinidad  y proyectarla en algo o alguien externo después de habernos vaciado, olvidado y enajenado de ella.
El agradecer se degenera y convierte en   "a-grandecer": justamente lo contrario de hacer grande al otro.
Cuando agradezco engrandezco al otro porque yo no me menguo en la comparación con él; crezco con él porque ambos somos alimentados por la misma sabiduría. La única diferencia es que él tomo primero la cucharada; simplemente comió antes, pero la comida es la misma.

Siento que todo el que me enseña en la búsqueda del recuerdo de su propia sabiduría de alguna manera me está diciendo:

"No me encumbres a un pedestal al que no quiero subir y en el que no quiero estar. Aunque lo que te pueda enseñar sea muy valioso para ti, aunque me sientas como tu Maestro, no quiero verte por encima del hombro, no quiero que me sientas más alto, mejor ni diferente de ti.
Echémonos el brazo, igualemos nuestros hombros y caminemos juntos".

                      Texto del libro: LA VIDA MAESTRA  (Editorial Desclée)
          
                                                                             Ilustración: Ismael Cruz

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