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martes, 8 de enero de 2013

El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita, y otros relatos para andar por clase

A los que saben
que no saben nada
y por lo tanto están capacitados
 para enseñar y aprender,
a los que creen en el humor y la sonrisa
como vehículo de comunicación,
a los que ejercen con esfuerzo la creatividad,
a los que practican a sabiendas la tolerancia,
a los que hacen posible la solidaridad.




Pincha este enlace para acceder al INDICE de textos y elige cualquiera de ellos.
http://www.uhu.es/cine.educacion/puntero/00_puntero_inicio.htm


Presentación de los relatos. Enrique Martínez-Salanova.

He escrito mucho en mi vida profesional, libros y artículos todos ellos técnicos. Cuando he podido he introducido en las páginas el humor, la creatividad y la diversión, porque creo firmemente en el humor como medio de comunicación, como terapia contra el estrés y como iniciador de ilusiones… La risa evita muchas úlceras. «Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos porque lo pasarán de miedo toda su vida».
La fuente principal de estos relatos es el humor sin cortapisas que proviene de la misma realidad. Es necesario reírse, sanamente por cierto, de sí mismo y de los demás, para tener ocasión de disfrutar mejorando cada uno sus propias contradicciones y rutinas. Estos relatos los escribí para que os divirtáis, con vosotros y de vosotros, recordando historias y personajes pasados o, tal vez por venir. Y ahí es donde probablemente esté su intención primitiva. Nacieron en las páginas de periódicos y en la revista «Aularia» y, por la insistencia de algunos amigos se convirtió en libro, del que se hicieron dos ediciones. Decidí más tarde exponerlo en esta red de redes, para el uso de quienes quieras reflexionar con humor sobre su propia existencia. Cuando hacemos humor reflexivo sobre nosotros mismos, hacemos futuro, nos adelantamos a los tiempos, creamos porvenir, ya que pensamos críticamente en el presente de cara a la posterioridad, nos obligamos a eliminar del rostro cualquier rictus desagradable y nos convertimos en personas más amables y comprensivas.
Por otra parte, como dice Chaplin en las primeras palabras de su película El chico, «para conseguir una sonrisa, y tal vez una lágrima…» También decimos, nos vamos a morir de risa, lloro de risa, porque la risa y el llanto, como sentimientos están unidos a la reflexión y a la comunicación. 
Estos relatos son de una escuela que llega desde los primeros momentos, del pupitre hasta la universidad y va para todos aquellos que alguna vez hayan estado sentados ante una pizarra, globo terráqueo a la derecha según se mira, y aroma a lapicero y a tinta de tintero, con exámenes al tresbolillo y castigos contra la pared. Una escuela humana y divertida cuando se la recuerda al paso de los años. 
Estos relatos intentan ser, como decía de ellos un amigo en un periódico, el reflejo de una escuela que nunca existió, porque era imposible, de puro real, que existiera. Es por lo tanto fruto de situaciones actuales y anacrónicas, al mismo tiempo tan reales o falsas como la vida misma.
Nunca existió (o sí) doña Purita, la maestra protagonista, aunque todavía pululen por el orbe miles de doñas puritas, con su cariño por la enseñanza, su afición desmedida por los contenidos, su maternal y entrañable mal genio, y sobre todo su bolso, que es como el corazón en el que todo cabe, porque encierra un mundo de cosas, todas necesarias y al mismo tiempo totalmente superfluas. Doña Purita era aquella a la que toda renovación le parecía morir un poco, y aun así se renovaba cuando podía. 
Tampoco conoció nadie a Don Honorato, ante todo maestro, enamorado de la astronomía y que por andar siempre por las estrellas, o en las nubes, qué más da, se le escapaban de control los irresponsables de siempre, haciéndole caer, pese a su buena voluntad, en maravillosas experiencias y al mismo tiempo en los mayores desastres. A don Honorato le copiaban en los exámenes, fue arrastrado por el suelo, le hicieron caer en ridículo ante el inspector… pero en realidad, sus alumnos, aunque no lo parecía a primera vista, y a veces ni a segunda, le querían con locura y día a día respetaban su dignidad atendiendo en clase. Fueron ellos los que han escrito estros relatos para que la humanidad conociera su doliente esfuerzo y su dedicación a la enseñanza. 
Y qué vamos a contar de la pandilla, de la clase en general, masa al mismo tiempo amiga y enemiga de los maestros, individualizada en Rosarito, y en Gutiérrez, y en Maripili, y en Ricardito, y en Manolín, y en Gustavito y en un montón más de simpáticos insensatos que de la misma manera que por todos los medios destrozan los planes de la maestra, piden su vuelta cuando ella se va. 
La clase en su conjunto, como un coro, es el compendio de todos los alumnos que en este mundo han sido. Lo que a ellos les sucede en las aulas de estos relatos son hechos, anécdotas o situaciones que han podido, de hecho han sucedido en cualquier lugar de esta galaxia, o de este mundo, o de este continente, o de este país o de esta provincia. Seamos galácticos y no provincianos para apreciar y entender que los fenómenos educativos son universales y que en todas partes cuecen habas, incluso en Washington, en el Kazajistán, donde las cuecen a calderadas y en Siberia, donde antes descongelan el hielo, pero donde las cuecen igualmente.
Quiero decir, que no somos ni mejores ni peores, que el puntero ha sido, y todavía es, un recurso didáctico generalizado, ya sea en su formato primigenio, vara de madera pulida u desbastada, en de metal desplegable telescópico, o en sus nuevas formas digitales o láser y, que aunque vamos mejorando en su uso, queda todavía mucho por hacer, tela que cortar….
Debo decir, desvelando un secreto, que don Honorato fue en realidad un profesor mío, llamado don Honorato, pero que se parece muy poco al don Honorato de la historia. Al bolso de doña Purita lo conocí en una escuela, pero su dueña no se llamaba doña Purita ni se parecía en nada a la de los relatos. Tanto los maestros, como el dire, como el grupo de la clase son un compendio de personas que no han existido, pero que se parecen mucho a nosotros, y a nuestros vecinos del tercero derecha. Anacronismos, conductas y situaciones que ocurren desde hace un millón de años a esta parte, siguen ocurriendo en estos momentos, y gracias a Dios, porque somos una especie humana en constante evolución. A pesar de los pesares las cosas deben seguir cambiando, y al mismo tiempo se siguen repitiendo. 
Siempre me he preguntado si la escuela, la institución educativa en general, ha cambiado tanto, desde el puntero, es decir, desde las cuevas de Altamira hasta el presente. Al principio se usaba el dedo de señalar, más tarde el puntero, que terminaba en punta y que servía también para señalar, ya sea islas canarias en el mapa, músculos y huesos en una lámina, y ya en la realidad, fuera de mapas y de láminas, las costillas, el lomo u otros lugares de la anatomía cuando el interfecto o interfecta llamábase Sofía, Ricardito, Maripili, Gutierrez o Manolín. El puntero va cambiando al compás de las nuevas tecnologías, telescópico, o láser (¡cuidado con los ojos!), o digital. ¿Ha cambiado de la misma forma la comunicación en las aulas?.
Estos relatos van dedicados a todos los que han pasado por la institución educativa, en todas o en cualquiera de sus miles de variantes, aunque su paso por las aulas haya sido de un solo minuto, para ir a recoger a un niño…
Es un desafío para todos el hacer una educación más reflexiva, más humana, más festiva, más crítica, mas seria, más divertida, más responsable, más justa, más respetuosa, más alegre, más eficaz, …

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