Tal día como hoy, en el año 1591, muere Juan de la Cruz.
Su aportación a la literatura y a la pedagogía de la meditación profunda y silenciosa es tan sencilla como sobrecogedora.
Sirva esta entrada como un pequeño homenaje de quien se sigue reconociendo "discípulo del Silencio".
Todos los encuentros del Descanser desde Otoño del 2015 al invierno de 2016 giraron en torno a la "MISTICA DEL SILENCIO". En dichos encuentros, sobre todo invierno y primavera pasamos por nuestro cuerpo los versos de este "poeta del silencio".
(Texto de la convocatoria del Descanser de Invierno 2016:
"De la noche oscura a la llama de amor viva")
La Mística
busca lo que en el fondo todo ser humano
anhela: el amor, la verdad y la belleza.
Toda la vida y obra de Juan de la Cruz es un canto de
amor: para unos religioso, para otros
profano. Lo suyo no es mera “ poesía
o mística confesional” sino que desborda, canta y suscita experiencia, ayuda a interiorizar.
Los versos y la prosa de Juan de la Cruz vienen a ser como una “radiografía del itinerario de la
persona”.
Considerado el “patrono de los poetas”, un poeta “máximo” de una obra “mínima”.
Su poesía adelgaza tanto los elementos que, de algún
modo, lo importante no aparece (como un paisaje de invierno).
De ahí que sea uno de los grandes exponentes de la
POESIA DEL SILENCIO, esa poesía que al
mirar, admira y calla.
Lo invisible es indecible, sólo puede ser
sugerido por lo que se calla, por lo que no se dice.
En las palabras de Juan de la Cruz hay algo que se te
está revelando continuamente, nunca con palabras consabidas.
Para él, el escribir
fue ciertamente un modo privilegiado de “expresión”: le ayudó a gestionar su intensidad emotiva.
La experiencia mística es tan fuerte, le convulsiona
tanto, que necesita expresar sus
vivencias. Y el modo excepcional para expresarlo es la lírica.
Los versos le
ayudan a “conceptualizar”, a “aprehender y comprender” sus vivencias.
En el s. XVI la Mística se consideraba muy peligrosa, sobre todo porque se saltaba la intermediación, el
control que se hacía desde los sacramentos y el culto.
Juan de la Cruz nos desvela la luz que nos aguarda
tras las noches oscuras y nos guía en un viaje hacia la libertad por los
caminos de lo pequeño, sencillo y simple. Tal y como fue él.
(Texto de la convocatoria del Descanser de Primavera 2016:
"El Silencio contemplactivo")
Si la “noche” viene a ser como el “invierno” de cada
día, si es una excelente imagen para reflejar los inviernos de nuestra vida, la
experiencia de “Unión” (encuentro con nuestro Ser Esencial, encuentro con
Dios….), horizonte, meta o momento cumbre de todo proceso místico, es en todo
parecido a la “primavera” de la vida.
Una primavera que huele al azahar de un nuevo renacer
y de un abrirse para florecer a lo mejor de nosotros mismos. Una primavera que
rezuma alegría y libertad: “las flores
son las semillas liberadas al aire”.
La primavera es la estación de la mirada. A través de
la aventura mística vamos aprendiendo a ver la vida y el mundo, a mirarnos a
nosotros mismos y a los demás, con la mirada del Corazón, con los ojos de Dios.
Un mirar que es amor que se asoma y se derrama desde las ventanas de nuestros
ojos como bendición y caricia sobre un mundo necesitado de ternura.
La
“primavera” que acontece en la vida de quien descansa en el Silencio es un
auténtico renacer, un nacer de nuevo a partir de una experiencia de “Unión” y
“transformación” que Juan de la Cruz expresa maravillosamente con estos versos:
“Oh
noche que juntaste Amado con amada,
amada en el Amado transformada.”
Juan de la Cruz, poeta del Silencio, es capaz de poner
palabras y metáforas para hacernos asequible y comprensible la experiencia
inefable e indescriptible de dicha “Unión”. En este encuentro, en la misma
línea de los anteriores, daremos cuerpo a sus versos, incorporaremos sus
metáforas. Nos entregaremos, una vez más, a ese Silencio que adquiere su más
pleno sentido cuando nos devuelve de nuevo al “mercado”, al “valle”, a nuestro
cotidiano vivir como Presencia, como presentes, como “regalos”.